Gabriela Muzzio
Sobre La memoria de los otros
Pero qué es esto? La pregunta asoma ni bien me detengo frente a estas obras de formato reducido. Observación en modo detective, quiero resolver este enigma. Hay mucho para considerar en estas doce impresiones de 13 x 18 cm.
Resulta evidente que son fotos de archivo. Un repertorio de poses típicas, casi todos retratos en eventos familiares: una niña en traje de primera comunión; una novia con tocado de tul; un bebé, en brazos de una mujer, tal vez en el día de su bautismo; dos niños posando en un arroyo, quizás la imagen más recurrente del paisaje cordobés.
Nada sabemos de los personajes que aparecen en la imagen. Sí podemos afirmar que aquellos niños hoy serán adultos, y que aquellos adultos, hoy ya no estarán. En este trabajo, Gabi Muzzio le hace lugar a la historia ajena, recuperado amorosamente la memoria de los otros. Rescata con delicadeza imágenes sentenciadas al olvido y la destrucción.
Pero no es en el uso de negativos encontrados donde reside la potencia de esta obra. Lo que la hace tan especial no está en esas imágenes cargadas de historia sino en el proceso por el cual Gabriela las hace aparecer y las vuelve tangibles y fantasmales al mismo tiempo.
Porque lo que uno ve es apenas visible. Porque la imagen es casi imperceptible, ligera, delicada. Estamos acostumbrados al esfuerzo que implica ver en la oscuridad (¿notaron que los colores se esfuman en la penumbra?). En cambio, quedamos desconcertados cuando no logramos ver en detalle estando a plena luz. Ocurre que esta es una obra demandante. Hay que acercarse, y hay que mirar con atención, aguzar la vista para ver algo en esa imagen de gama tonal tan restringida, monocromática, pero no en escala de grises, sino en un encuentro impreciso entre el rosa y el beige.
Una imagen en tránsito (¿está llegando o ya se va?); una imagen espectral, recién aparecida o a punto de desvanecerse. ¿Cómo lo logra? Para empezar, Gabriela deja de lado la ampliación y elige el contacto. Negativos y papel sensible estarán tan cerca como sea posible. Uno sobre el otro, sin separación, con la luz encendida. Un objeto traslúcido y un papel sensible tocándose. Como al principio, como la hacía Talbot en sus dibujos fotogenéticos, como lo hacía Ana Atkins en sus cianotipos. Una imagen nacida de un acople íntimo.
Y luego, desobedece el debido proceso. No revela. ¡No revela! Hace visible la imagen latente a fuerza de paciencia y experimentación. En el proceso fotográfico analógico tradicional, el papel sensible se altera cuando es tocado por la luz. Esta produce una transformación física en papel, pero la imagen solo será apreciable luego de un proceso químico que amplifica el proceso físico. Gabi elije un camino alternativo, consigue una imagen sin líquido revelador. Luego la hará estable con un fijador. Vivirá 200 años.
Lejos de la ampliación, y sin necesidad de amplificación, las fotografías de esta serie dicen cosas extraordinarias en voz baja, evitan el alboroto, susurran. Agregan poesía al mundo.
Andrea Ostera, marzo de 2019