Abordar la cuestión indígena, desde el arte, supone ensayar otra mirada sobre un asunto de debate público. Un asunto que, en el caso específico de la ocupación de la Plaza Uruguaya por comunidades ava y mbya guaraní, puso a la ciudadanía frente a la crudeza de lo que aquí, simplemente, llamamos “la condición humana”.
Estas imágenes son el resultado de cuarenta días de convivencia -accidentada, interrumpida, pero no por eso menos intensa- con quienes, expulsados de sus territorios, en un escenario tan extraño como ajeno, ejercitaron durante cuatro meses tácticas de supervivencia que resultaron traumáticas en el contexto de la vida urbana. No es apropiado decir que Juan Carlos Meza aborda con oficio y sensibilidad la cuestión indígena. Lo justo es decir que ha sido abordado por ella.
Interpelado. No estaba en sus planes hacer esta serie que, apoyada en lo real, se descalza del documento para introducirse en el territorio subjetivo de quien se abre confiadamente al encuentro con el otro. Juan Carlos Meza no pudo dejar de ver lo que todos ya habían visto: la miseria, la extrema vulnerabilidad. Superado este primer umbral de percepción, se aventuró un poco más profundo. El camino cotidiano a ese paisaje perturbador lo fue llevando, paso a paso, a un nuevo registro: el de la dignidad, esa dimensión capaz de resistir -aunque no siempre- hasta el límite de la abyección.
Adriana Almada-
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