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Francisla Martínez

En la isla

Estuve en esa isla, tres veces hicieron falta para aprender a estar de verdad. Consciente de lo inabarcable de ese mar, necesite tiempo para poderlo apreciar. Ni la primera ni la segunda vez alcanzaron para poder respirar ese aire y dejarlo ingresar en mi sistema sin trabas, sin oponer resistencias.
Un movimiento constante que todo lo lleva, pero aún así nada se va. Todo lo vuelve a arrastrar con una fuerza contra la que se hace imposible luchar. Sé de algunos que se han aventurado a cruzar y han sucumbido dentro de la masa salada. Esos pocos y otros muchos más no han podido escapar, fueron engullidos por el caldo de cultivo que antes, hace siglos atrás, diera origen a todo lo que debía entenderse por vida y también por libertad.
Resulta angustiosa la asfixia ocasionada por la inmensidad del mar, que lejos de liberarme opera como las rejas de una cárcel implícita. Un cerco infranqueable frente al cual las opciones son quedarse y enraizar o definitivamente saltar.