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Un camino sinuoso entre la fe y su celebración

Nicolás Varvara | San Luis

En San Luis hay un soldado romano que entierra en las muñecas de un Cristo resignado, un clavo antiguo, grande, cruento. En realidad, están sus estatuas finamente talladas en mármol de Carrara, estatuas que son unas de tantas que configuran un Vía Crucis en medio de una sierra ubicada a 35 kilómetros de la capital, en Villa de la Quebrada.

Los 3 de mayo cientos de miles de fieles llegan a mirar al romano y al Cristo resignado, pero también a otro Cristo, entre maderos, que fue encontrado en un árbol y que dispara la celebración. Dicen que fue un milagro, que lo encontró un hachero. Pero la fe no sólo mueve montañas también mueve el comercio. Un senegales vende relojes, un sanjuanino medias, un mendocino música grabada y un puntano cobra estacionamiento en un patio que el resto de año casi no visitan ni las flores. La fiesta tiene un eco, un correlato en otra localidad, en Renca, a unos 150 kilómetros de la capital, en donde otro Cristo milagroso, congrega y mueve la pasión que lleva a una pareja a recorrer otro Vía Crucis y a agradecer con los pies tan descalzos como el corazón. Son dos fiestas pero parecen una.

Los cristos fusionan religiosidad, muchedumbre, soledad entre velas, pedidos por trabajo, gestos que imploran, mañanas de plegarias, mediodías de comidas y siestas en donde un nene se apoya para dormir en un regazo celestial con forma de abuelo y teje un sueño que ni mil soldados romanos pueden herir, tocar o gastar, sean reales o de mármol de Carrara.