El cruel invento del amor
Jonathan Reiccholz | Córdoba
En mi familia -especialmente en el discurso de las mujeres- el amor siempre fue sinónimo de maldición. Yo aún no había nacido y ya me habían bautizado como el elegido, aquel que lograría alguna vez salvar a las generaciones futuras del castigo divino. Sin embargo, todo pronóstico esperanzador incluida una auspiciosa lectura de cartas, se nubla frente a la herencia familiar que se aventura irreversible.
Este proyecto nace como un juego en el que realizó registros que nunca tuve, de vínculos que no existieron, con personas que desconozco.
Para descifrar los códigos del amor y el rol que ocupan las imágenes en esa construcción, decido asumir el rol de hacedor de imágenes, me convierto en un mimêtes, un imitador. Soy dramaturgo de mi propia obra y como tal desarrollo la estructura de una representación en la que los conflictos suceden en el mismo momento y lugar en que se presentan.
Haciendo uso de mi cuerpo en una instancia performática, exploro los límites de la idea de amor romántico. Consciente de la capacidad que tienen las imágenes de dar forma a nuestras emociones, invento mis propios recuerdos. Al igual que la imagen, soy capaz de obrar el milagro: creer que aquello que veo, realmente es.