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Bex Magazine #18 Dossier Colombia

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Jorge Panchoaga / Bogotá

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“Yo que tuviera un hijo pequeño no le enseñaría a pescar.
Que estudiara y se fuera a conseguir un trabajo. La pesca día por día se va terminando.
” Climaco Saldaña, 76 años (El espectador, abril 30, 2012)
“Este trabajo fue premiado con el segundo puesto en el III premio de Patrimonio cultural de la Nacion del Ministerio de Cultura de Colombia en el año 2012”.

Una nube flota arriba en el cielo. De su espumosa composición se descuelga una gota, y después otra, hasta caer un pequeño chubasco.

Ese chubasco prontamente se convierte en un gran aguacero de media noche que baña los frailejones del macizo colombiano. La laguna donde nace el Huacacayo o Río Magdalena sube unos cuantos centímetros, y colina abajo empieza cada quebrada a desbordar sus límites. Amigo suyo, camarada de las curvas de los andes, el Río Cauca corre con fuerza por Paletará, mientras sus gentes ven crecer esos acostumbrados 6 metros de ancho, cuando apenas es un pequeño río, a los 12 metros que exige cuando viene bravo y brioso, reclamando su tierra.
Recorren medio país con sus aguas inmensas. Revitalizados por el chubasco de arriba en la montaña, el aguacero de Popayán sobre Tulcan y Palacé, la llovizna de Honda en el Tolima, el aguacero interminable de Bogotá, la llave que queda abierta en cualquier casa el Magdalena y el Cauca inundan todo a su paso. Alimentan más de 200 municipios, traen minerales, troncos y algunas veces vidas vencidas.
Chocan su fuerza y sus colores en el departamento de Bolívar, cerca a Pinillos, en la Flores, municipio de Magangue, en un regocijo de vida que no puede explicar el hombre.
De estos recorridos, los tropiezos de ambos ríos han sido varios, una salvajina sufre el Cauca en el municipio de Suarez, hidroeléctrica y controladora de inundaciones; entrando al Valle del Cauca recibe los residuos de 8 minas de oro; en Ituango, vuelve a detenerse en una hidroeléctrica que aprovecha su caudal, sin contar con los residuos que recibe en cada ciudad de aguas no tratadas y de la industria sin regulación.

El Magdalena conjuga unas estaciones similares, la represa de Betania en el Huila, minería a su paso y los residuos de varios ríos y quebradas de aguas no tratadas de distintas ciudades y pueblos que envenena su caudal. Al borde de su recorrido el Magdalena se ensancha en ciénaga, un espejo de agua que flota sobre la tierra reflejando sin memoria el recorrido estelar del cielo.
En esta ciénaga, en varias ocasiones los peses han muerto por la falta de oxígeno generado en la conexión entre las aguas saladas y las aguas dulces en Boca de la Barra, los canales de conexión están muy colmatados. En la Ciénaga grande del Magdalena los pescadores de Nueva Venecia, intentan no abandonar sus casas ni sus tradiciones: salir a las cinco am volver a las once, comer y secar el pescado. El cambio súbito de la vida en el río, una masacre perpetuada, un desplazamiento forzado y las inundaciones intentan cambiar su parecer. Pero no es un juego simple de escoger olvidar todo un pasado, es la decisión de cambiar el rumbo a toda una red histórica de significados y relaciones con su agua.

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