Cuando Miguel Sarria tenía menos de ocho años comenzó a prepararse para lograr el título mundial de Kickboxing sin saberlo. Y es que el actual Campeón aprendió las primeras formas de defensa entre las avenidas México y Aviación en la Victoria. Varios años después, estuvo de vuelta por ahí. Pero ya no para recibir, sino para cubrir como reportero uno de los casos locales más sonados de la pasada década: el asalto con toma de rehenes del banco BCP de Gamarra.
Tras ochos años como redactor en páginas policiales decidió dedicarse de lleno a su entrenamiento. Creyó así podría conseguir logros mucho más grandes que los que ya tenía consigo. Muchos pensaron que su determinación era una locura. En el diario en el que estaba le dieron licencia por un año, por si se arrepentía y deseaba volver. Han pasado dos y sigue de licencia. No hay arrepentimiento, sino un campeonato mundial con él. Hace dos semanas su teléfono sólo sonaba cuando su entrenador, su familia o sus amigos cercanos lo llamaban. Desde el domingo 26 de agosto, el celular no ha dejado de hacer ruido y, al contestarlo, no siempre ha escuchado una voz conocida. Ahora todos quieren hablar con él y se da tiempo para atenderlos. “Mi vida no ha cambiado, sino la percepción que los demás tiene de mi vida”, dice el nuevo monarca mundial. Y es cierto. El sigue caminando desde su casa hasta su centro de entrenamiento por las calles de San Miguel. Cinturón en mano, saluda a dos de cada cuatro personas que se le cruzan en el trayecto. La humildad del campeón se mantiene intacta.
En el gimnasio de Juan Manuel díaz, su entrenador, Miguel es un ídolo para todos los chicos que tratan de aprender algún tipo de lucha. Pero cuando entrena ahí es uno más de ellos. Uno más de los tantos peleadores peruanos, al que la lucha diaria por lograr sus sueños le ha parecido mucho más complicada que la competencia que disputa cada cierto tiempo en un ring. Contrario a lo que muchos puedan pensar sobre este deporte, Miguel es bastante tranquilo. no solo por naturaleza, sino también por convicción. Es un seguidor del Bushido, técnica oriental que dicta normas de calma y de paz interior en la vida cotidiana. Es su filosofía y la cumple. De ellos pueden dar fé su madre, sus hermanas e incluso los cuatro perros que lo acompañan al interior de su hogar, pero sobre todo, su hijo Marco Fabrizio, de seis años. Miguel no vive con él, pero lo lleva consigo a todos lados en su pectoral izquierdo, donde el nombre de su heredero está grabado para siempre.
(extraído del texto de la revista somos del diario El Comercio de Perú)
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