Las fotos comprenden los años 75-85. Durante esos años tomé fotos como soldado. Había salido de Chile herido, vulnerable, lleno de rabia. Conocer Centroamérica fue sentir la rabia otra vez. Era como un Chile exacerbado por el trópico. Gorilatos clásicos, kleptocracias, dominadas por oligarquías primitivas. A diferencia de los milicos chilenos que mataban en silencio, en Centroamérica se practicaba a plena luz del día, en los lugares más públicos. No eran países que se prestaran para sutilezas.
Esas tierras, amables y pintorescas (en el mejor sentido de la palabra), de atardeceres de colores desconocidos para un chileno, de pobrezas y violencias distintas, hicieron de mi un fotógrafo primitivo, básico. No era el lugar de practicar una fotografía experimental, formalmente audaz, de múltiples lecturas. Solo era cosa devolver con las imágenes, con el documento. El contenido era más importante que la forma. La región se prestaba para creer lo que se leía en las murallas.
Debí haber hecho más. Debí haber caminado una cuadras más y haberme asomado en la próxima esquina. No habrán otras oportunidades. En Nicaragua me sentí Sandinista. Al fin habíamos ganado. Los apoyé y los defendí. Para el desconcierto de algunos colegas incluso canté el himno Sandinista en algunas concentraciones. Llegué a conocer a su gente generosa, valiente. Daba gusto ser chileno (aunque era muy difícil explicarles a los jóvenes compas porqué no prosperaba la lucha armada en contra Pinochet).
Disparé contra Somoza con mi cámara. Más adelante me costó creer en la corrupción Sandinista. Nicaragua terminó con mis ilusiones políticas. Marcelo Montecino.
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