¿Qué veía como madre en esas vacaciones compartidas a lo largo de los años? ¿Qué se revelaba en las largas esperas? La luz furtiva, los bosques, los árboles-boca, los árboles- brazos. Los cielos, mis hijos, sus amigos, animales, todo lo vivo y al acecho. Y construía con esos pequeños fragmentos, otra historia, más cercana a los sueños, producto de vigilias interminables.
El momento donde la luz se va, donde se perciben movimientos por el rabillo del ojo, es crecer y ver como se entorna ese portal entre la fantasía y la realidad que tan fácilmente podíamos atravesar de niños, es recorrer con el corazón bombeando rápido, un pasillo, un bosque, es toparse con el miedo y disimular, son las migas que se comió un pájaro. No hay atajos para volver a casa. Solo el largo camino en que deviene la adultez.
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