En el verano de 1988, Ana se realizó una ecografía de rutina sobre su cuarto embarazo. La segunda niña del matrimonio se gestaba en su vientre. Ricardo había elegido el nombre de Florencia, tiempo antes de saber de su llegada para junio. El trabajo de parto movilizó a la familia el 18 de ese mes, pero los paralizó la sorpresa. La segunda niña es, a la luz, su tercer varón.
Años después, al darse por perdida la ecografía tras sucesivas mudanzas y tránsitos en la casa, nació el mito. Pasó su niñez y adolescencia sabiéndose Flor y mujer. Jamás dudó, pero el entorno fue (suele ser) más bien hostil. El inicio de su expresión femenina la llevó a abandonar la casa de sus padres. La necesidad inmediata, junto con las dificultades para insertarse en el mercado de trabajo formal, la condujeron a la prostitución en los ocasiones.
La última vez, luego de escaparse del privado de la zona norte del Gran Bs As en donde la ofrecían , volvió a reencontrarse con su familia. Luego de una relación de varios años, conoció a Alberto, por entonces su cuñado, luego su patrón. Le ofreció trabajo en su taller de chapa y pintura en Adrogué, Pcia. de Bs As. Flor había encontrado el lugar donde desenvolverse en el oficio transmitido muchos años atrás por un tío, quien luego le daría la espalda y el agravio al iniciar la construcción y expresión de su identidad.
Yo amo mi trabajo , repite a diario como un rezo. A pesar de las pesadas tareas, adversas al tratamiento hormonal que sigue cuando puede. Yo amo mi trabajo. Pero finalmente, el calvario que suponía cobrar cada trabajo por goteo (o aún: no cobrarlo), venció su voluntad.
El dinero, que tampoco fue suficiente, siguió llegando por un tiempo mientras cuido niños en el barrio. Ocasionalmente merodean ofertas para volver a trabajar en algun privado, pero Flor es tajante.
-Prefiero cagarme de hambre, no es vida esa.
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