El ser guarda una estrecha relación con el agua, un diálogo tanto interno como externo, que fluye en el tiempo. Nuestros cuerpos compuestos en gran parte por ella, la absorben, se transforman, para luego fusionarse en un mismo y único relato.
En muchas culturas es considerada como un elemento femenino; la mitología está llena de sirenas, ninfas; que hacen del agua su símbolo y su fuente de poder.
Conocida por su habilidad de recibir y transmitir aquello que está presente a nivel físico y energético; puede presentarse en calma, rodearnos, o estar en movimiento y fluir a nuestro alrededor, llevándose todo lo que quiere liberarse. Adentrándose por los poros, nos nutre, nos alimenta, nos da vida. Nos ayuda a crecer. Por eso nos reúno en el agua, para rescatarnos, para sanarnos. Juntas somos marea, danzantes del agua, en una simbiosis, siendo canal. Porque donde nace el agua, nace la vida.
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