Se siente al pisar, que la tristeza se ahoga en soledad.
El grito del silencio rezándole a la virgen tatuada entre ladrillos, y un pibe que para vivir un poco más, respira la pasta sobre la espalda de una mujer. Las noches habrían sido temerosas, cuando en los pasillos no suena otra cosa más que el crujir de los dientes de los que el olvido no los deja olvidar.
Si sales, le temes a la vida. Si entras, pierdes tu otra mitad. Si lloras, ahogas al vecino que dentro de la cueva, ya hace tiempo que está. Los pasillos son muerte y las celdas saben la verdad. “Justicia y Fe” muestra un cartel colocado por el más corrupto que, sabiamente, a muchos de sus sirvientes logró encerrar. Los cuchillos caseros y punzones de metal, serían los utensilios precisos para convencer a Dios de que aún quedan almas que no se tienen que olvidar. Los cerrojos intrínsecos manipulados por mi hermano desde otro lugar, jugando a ser el portero entre el bien y el mal. Un mensaje en un extremo mejor pintado, donde siempre se pueda volver a leer. Un canto de feliz cumpleaños para algún bebé que nunca sabrá que con alegría se entonó un susurro en esa pared, en ese lugar. Las ofrendas al Sagrado Corazón y las rejas que nunca volverán a cerrar; abiertas al mundo, sepultadas para callar la verdad. Al que se porta bien un videojuego le dejan tener, pero el pulso de unos dedos temblantes, no dejan de enloquecer. La claridad que entraba por una ventana en lo alto hacía pensar, que alguna vez, salía el sol para quien vivía un poco más allá. Los recordatorios que la falta de sueño no puede borrar, nos hacen testigos de que ahí habitaba gente, además de una porción de humanidad. Notas y más notas para no olvidar lo que uno intenta sostener, rogando que la locura no se adueñe de la mente, porque el cuerpo ya se dejó vencer. Una sala de espera que no se puede defender de la laguna gris, que en su centro, marca el final y la raíz. Felices los niños que felices saben vivir, dejando en suspenso una lágrima para un padre, un tío, un hermano o al dueño de un simple latir.
Dentro de las paredes se crea cultura y se vive de los libres que ríen de sus demencias.
Por ser simples mulas de los grandes, ganan horas de luz, en días de hambre. Una camiseta como bandera es lo que uno aprende de la vieja escuela y, un balde frente al agujero del muro al lado del colchón, logra ser una buena heladera. A la mierda la guerra, aunque no la quieras, son las palabras de un corazón roto que en algún lado espera. No existe la paz debajo de una visera, si el jefe es la ley y el que marca las huellas. “¿Por qué te fuiste Mamá?” es lo que algunos repitieron con ceguera frente al mural de carbón y de almas en pena. Los días pasan hasta que el señor juez reclama palabras; “¡De rodillas!” insiste muchas veces, pero sólo Dios, es quien se lo merece. Han caído muchos más de los que han renacido; han llorado muchos más de los que han querido. Techos quemados y manos de barro eran la moneda corriente que no muestran los diarios. Pero a los poetas encerrados no los han silenciado; dejan su parte y su aporte, donde nadie podrá encontrarlos.
Dijo no ser el dueño de lo que dejó; sólo consiguió ser el mensajero del alma...de Dios. Pero en los pasillos se comentaba que no se logra salir; aunque te declaren recuperado, encerrado sabrás morir. Una sala de abogados se luce para aquel que reprocha la condena, pero aunque se hable con la boca, no hay quien escuche ni una tonta palabra loca. Ese es el museo del que no se sabrá su verdad. ¿Será una sala de juegos? ¿Un verde entierro o un nuevo negocio para aquellos que saben ocultar?… Un pabellón olvidado para nuestra ciudad; un ciclón de aire. Sólo un Pulmón Negro.
Relato inspirado en el Proyecto Fotográfico de Gonzalo José Palermo titulado “Pulmón Negro”, sobre la U9, en Neuquén Capital.
“…El frio y la soledad que causa no hacer nada por quien tenemos a nuestro lado, es nuestra verdadera cárcel…”
Texto de Francisco Sánchez.
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