El viaje en el Tren Patagónico es una experiencia extraordinaria. Un recorrido de 820 kms. atravesando la Provincia de Río Negro, Argentina, del mar a la cordillera. Una vez por semana, los viernes, circula en sentido ascendente de Viedma a Bariloche, y los domingos de vuelta, en sentido descendente.
Dieciocho horas de viaje; casi un día entero, con una noche en medio. Entre el traqueteo y los sonidos metálicos de la marcha, en algún momento te alcanza el sueño. Para cuando volvés a abrir los ojos ya se distinguen los relieves de la estepa norpatagónica, bordeando la meseta de Somuncurá.
Si vas en ese tren y es verano, entre Los Menucos y Aguada de Guerra hay un cerrito en el que indefectiblemente amanece, justo antes de que se apague la última estrella. Cada estación es un pequeño mundo, con su movimiento esporádico de gente; trabajadores, estudiantes, lugareños, viajeros. Sin apuro se van sucediendo en esa inmensidad de espacio-tiempo Valcheta, Ramos Mexía, Sierra Colorada, Maquinchao, Jacobacci, Clemente Onelli, Comallo, Pilcaniyeu, y una cantidad de pueblos y parajes hilvanados por la traza del ferrocarril.
Con el paso de las horas el paisaje se va volviendo montañoso, aumentan las curvas y los puentes sobre ríos y arroyos. Pasado el mediodía se llega a Bariloche, al pie del Lago Nahuel Huapi, en plena Cordillera de los Andes. Ya con los pies en el andén, el cuerpo seguirá por un buen rato rememorando el efecto mecedora y los chirridos de los vagones.
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