Empecé esta serie sobre la pandemia después de unas semanas en la cuarentena. Al principio me sentía aterrada. Desde la Ciudad de México, donde vivo actualmente, seguía con atención las noticias de mi país natal, Bélgica. En Bélgica, todo se catapultó a niveles alarmantes en poco tiempo: muertos, contagios… mis amigos me hablaron para saber si estaba bien.
En Amberes, donde nací, mis padres estaban encerrados. Tenían prohibido salir, así que una vecina les dejaba la comida afuera de su casa. Todo eso me parecía una situación surrealista. En México, en este momento, todavía había la esperanza de poder controlar la situación si solo la gente se quedaría en casa y se cuidaría. Mucha información y desinformación, además de teorías de la conspiración hacían que mi cabeza diera vueltas.
Después de esos momentos de pánico decidí hacer lo que me gusta: salir y tomar fotos. En realidad, me inquietaba no poder hacer reportajes, así que empecé por hacer caminatas en mi barrio y hacia el Centro Histórico los domingos en la mañana para documentar las calles vacías. Luego contacté a amigos cercanos para documentar su vida en el confinamiento y sobre todo para tener algún contacto social en este tiempo en el que todo está prohibido.
Mientras que el resto del mundo se está despertando otra vez de un mal sueño o entra a su segunda ola de covid-19, en México todavía no hemos alcanzado el primer pico. La gente anda en la calle continuando con su vida cotidiana y en la noche escucho música en voces de gente en reuniones. Muchos siguen sin entender la gravedad de la situación y pensando que todo esto fue un invento del gobierno.
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